Herbert George Wells nació en Bromley, Kent, Inglaterra, en 1866. Murió el 13 de agosto de 1946.
De su talento literario, salieron “La Guerra en el Aire”, “El Ensueño”, “Los Primeros Hombres en la Luna” y “La Máquina del Tiempo”, entre otras que lo ubican como uno de los más prolíficos autores del género de ficción.
Escribió también la famosa novela “La Guerra de los Mundos”, que en 1938, de la mano de Orson Welles, generara el pánico colectivo en San Francisco, Nueva York, San Luis, Chicago y otras ciudades cuando en el programa de radio Mercury Theatre, Welles narrara una invasión extraterrestre a nuestro planeta.
Lo que narraba Welles, no era otra cosa que la adaptación de la novela del autor de ficción, pero le había impreso tal realismo, que la gente realmente pensaba que los extraterrestres acabarían con la raza humana.
Pero esto queda tan sólo para la anécdota. Wells, entre su genio creativo, tuvo la virtud de crear un personaje de novela que fuera diferente de cualquier otro, un personaje que pudiera lo mismo portarse bien que hacerlo como un truhán o un pillo, sin que nadie se diera cuenta. De ahí surgió “El Hombre Invisible”, que fuera llevada a la pantalla grande por la Universal en 1933.
En opinión de la crítica de cine Belinda Macedo, “el personaje del hombre invisible refleja a un hombre egoísta, obsesionado en dominar a la raza humana, escéptico de los hombres y de la patria, que decide aprovechar su estado físico para establecer su reinado”.
La ciencia aún no ha logrado, en la vida real, hacer invisible algún objeto material. Es cierto que en aviación existen poderosos jets capaces de burlar los radares, pero eso no los convierte en invisibles para el ojo humano.
Sin embargo, hay un grupo de hombres y mujeres en las iglesias que se congregan, pero que se esfuerzan denodadamente por lograr la invisibilidad.
Son aquellos que, cuando va a iniciar una campaña evangelística desaparecen cuando se empiezan a distribuir volantes o tratados.
Cuando el pastor en la iglesia quiere proponer alguna nueva comisión, primero agachan la cabeza, jamás dirigen su vista al frente y al primer descuido de la congregación aprovechan para escabullirse y confundirse entre las demás personas.
Tratan siempre de ocupar los lugares más cercanos a la puerta para salir cuanto antes del templo.
Jamás se ha sabido que se inscriban a un curso o taller, ni se les ha visto en las reuniones congregacionales.
Pocos saben sus nombres y todavía más pocos sus direcciones o teléfonos.
Procuran llegar cuando el culto haya comenzado y casi siempre salen antes de que éste termine.
Son hábiles para fingir enfermedades o evadir incluso la posibilidad de entablar una conversación con otro miembro de la iglesia, anteponiendo la prisa como escape para posponer cualquier tipo de plática.
Es necesario hablar de esta realidad de la iglesia actual, pues nos da la oportunidad de pensar si hay algo que está fallando o si el “hermano invisible” en cuestión lo es por causa nuestra.
A veces los pastores están tan ocupados en mil labores, que no pueden atender a esas ovejas y muchas veces los congregantes están tan interesados en su propio crecimiento espiritual, que apenas y toman en cuenta a la persona que está al lado.
Si eres o conoces a un “invisible”, considera que ese no es el camino que Dios quiere que transites, sino que todos, en comunión, crezcamos y nos edifiquemos.
Tomemos la decisión y ayudemos a que ese “hombre invisible” tome forma y color y participe de una vida completa por los senderos de nuestro Dios.
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