
Ni qué decir de los grandes almacenes franco-ingleses o algunos negocios de alemanes dedicados a la ferretería.
Los chinos tienen presencia en la zona cercana a la Alameda Central, en particular en la calle de Dolores, donde puede uno encontrar varios restaurantes de comida cantonesa.
El barrio conocido como La Merced, es dominado principalmente por comerciantes pequeños y grandes, de origen libanés, aunque también hay sirios, algunos palestinos y turcos, quienes tienen gran presencia en la venta de artículos de jarciería y telas.
En la calle de Izazaga y la avenida Veinte de Noviembre, se cuentan numerosas tiendas de ropa, propiedad de judíos, y unas que otras de hindúes.
Precisamente, con motivo de los recientes acontecimientos violentos en Medio Oriente entre árabes y judíos, he recordado mucho la figura de alguien que fuera uno de mis primeros amigos de origen israelita: Teófilo.
Teófilo, curiosamente no era el tipo de judío piadoso que aparece en las cintas de televisión y cine, más bien era un sujeto muy particular: gordo, con problemas de obesidad; era un hombre de más de 50 años cuando lo conocí y su aspecto bonachón hizo que mi hermano se hiciera su amigo.
Su saco era una especie de bodega: lo mismo podía haber en alguna de sus bolsas un chocolate, que un chicle o quizás hasta un pedazo de chicharrón (cuero de cerdo frito), lo que habla de lo poco ortodoxo que era.
Recuerdo cuando su suegro don Moisés –quien era su patrón y a quien llamaba ami, hombre ortodoxo a quien vi mil veces hacer sus oraciones arrodillado antes de abrir su negocio y con una pequeña jícara para lavar sus manos- descubrió a Teófilo comiendo tal “alimento inmundo” al interior de la tienda, lo que provocó la ira de don Moisés, quien sólo repetía una y otra vez a Teófilo,: “fuera, lávate las manos, lávate las manos, fuera, fuera”. Teófilo apenas acertaba a decir: “Tranquilo, ami, no se enoje, ahorita me lavo”.
Aunque sefardita, Teófilo no vivía en la colonia Roma, como la mayoría de los judíos de origen español, sino en la lujosa zona de Polanco, barrio predominantemente askenazí, en un departamento que su suegro les había dado a él y su esposa.
Teófilo era realmente la representación del judío pobre, a veces no tenía dinero en la bolsa y vivía a expensas de cobrar su sueldo como cualquier empleado, y el hecho de ser yerno del patrón, no era garantía alguna para poder descansar un poco más.
Su buena actitud y disposición, además de su simpatía, me llevaron a hacerme también su amigo. Pasamos juntos horas enteras hablando sobre mil temas: futbol; el estado de las ventas en la tienda, donde se vendían sobre todo suéteres; además de que, siendo entonces yo un adolescente, recuerdo haber recibido de Teófilo uno que otro consejo poco pudoroso acerca de las cosas que interesan a los muchachos y un sinfín de cosas.
Pocas veces tocamos el aspecto religioso, dado que él no era dado a esas pláticas, aunque fue él quien le regaló a mi hermano su primera kipá, que es el sombrerito que suelen usar los judíos. En una ocasión en que sí abordamos el tema, mencionamos el nombre de Jesucristo, aunque ninguno de los dos le conocíamos. Para él se trataba ni más ni menos que de “un gran profeta, como Moisés”, mientras que para mí era el hijo de Dios y de la virgen María.
Hablamos más ese día, pero analizando ese episodio de tantos años atrás en retrospectiva, pienso qué hubiera sido, de haber yo conocido en ese entonces a Cristo y su obra salvadora en mi vida antes de esa plática.
Habría quizás podido decirle que, como está en las Escrituras en Juan 4:22, “la salvación viene de los judíos”, y Jesús, hombre de origen judío, fue no sólo profeta, sino sacerdote y rey también, pues es Dios mismo.
Le habría podido decir que para nosotros los cristianos, Jesús es el Mesías que el pueblo judío había estado esperando y que Jesucristo es el Salvador del mundo.
No hubo oportunidad. Don Moisés murió, lo que orilló al cierre de la tienda, por lo que Teófilo tuvo que enfilarse hacia otro lugar y tiempo después mi familia haría lo propio, pues también nos mudamos a otro rumbo de la ciudad.
Actualmente el edificio donde yo vivía y el lugar donde se encontraba la tienda, han sido demolidos y de los lugares de mi adolescencia pocos rastros quedan. Me enteré mucho tiempo después, apenas hace unos tres años de la muerte de Teófilo, un hombre ya mayor y con problemas de diabetes.
¿Tienes amigos judíos? Platícales de Jesucristo y de cómo a través de El pueden ser salvos. La mayoría son comprensivos en ese aspecto y si te llevas bien con ellos seguramente los moverás a reflexión, cuando les prediques, hazlo respetuosamente; el resto, lo hará el Espíritu Santo.
*En la foto, mi esposa y yo a la puerta de una de las más antiguas sinagogas de la República Mexicana.
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