miércoles, 20 de febrero de 2013

A un año (Publicado originalmente el Lunes 9 de Septiembre del 2002).


Por Héctor Marín
En estos días está por cumplirse un año de la primera tragedia mundial del tercer milenio: los atentados ocurridos el 11 de Septiembre en la sede del Pentágono y en las llamadas "torres gemelas" de Nueva York, donde miles de vidas llegaron a su fin por obra de terroristas.
En aquel entonces el escenario parecía de película: se ve un avión que sale de la nada, y de pronto se impacta contra uno de estos imponentes edificios símbolos del poder económico mundial.
Contra cualquier pronóstico, minutos después las cámaras de televisión toman la imagen de otro avión que se estrella brutalmente contra el otro edificio y ahí comienza un macabro teatro de lo absurdo, al darnos cuenta que esto ya no es casualidad, sino que forma parte de una realidad que, sin embargo, parece ser contraria a la lógica y al sentido común.
Informaciones iban y venían y una vez más vimos lo engañoso que puede ser estar pendiente de un medio de comunicación, que de entrada da una nota, la cual desmiente minutos más tarde.
La histeria, la impotencia y el dolor, se apoderaron sobre todo de los habitantes de los Estados Unidos de América, quienes se dieron cuenta de lo frágil que puede ser un sistema de seguridad, aun en un país como el de ellos, con todos los adelantos de la tecnología militar.
HIPÓTESIS
Y comenzaron a aparecer las hipótesis. Unas fructificaron y otras no. La versión oficial norteamericana destacaba a una figura como eje central de dicha operación de terrorismo internacional: Osama Bin Laden, otrora aliado norteamericano, era buscado como presunto "cerebro" del inesperado ataque aéreo contra los Estados Unidos. No tardó mucho tiempo en darse también una operación militar en Medio Oriente con el pretexto de la búsqueda del mercenario árabe Bin Laden, que, valga decirlo, no fue del todo exitosa, ya que no se pudo localizar el paradero de este hombre y al menos se pudo derrocar al régimen talibán que gobernaba Afganistán, lugar donde se llevaron a cabo las acciones militares.
LA REALIDAD
La realidad es que la paz no ha llegado a Afganistán. Apenas hace unos días, Hamid Karzai, dirigente afgano avalado por Estados Unidos y sus aliados, sufrió un atentado, del que milagrosamente salió ileso.
La realidad es que nos encontramos ante un posible próximo escenario de guerra, ya que Estados Unidos ha prometido acabar con el terrorismo, y tiene en la mira una ofensiva contra Bagdad (Irak) y una cuenta pendiente con el dirigente de esa nación, Sadam Hussein.
La realidad es que el norteamericano promedio tiene miedo. Ya no es aquel ciudadano que podía salir a pasear libremente y convivir con los suyos, sino que es ahora un ser con el miedo a cuestas pensando que en cualquier momento puede ser víctima de un ataque.
La realidad es que los ciudadanos de los demás países llegan a una conclusión: si a los Estados Unidos les pasó, ¿qué no podemos esperar nosotros?
11 DE SEPTIEMBRE
Esta fecha ya no se apartará de nuestras mentes. Las imágenes que se han repetido una y otra vez en televisión se encargan de recordarnos nuestra fragilidad en este mundo y es ahí donde como creyentes debemos aferrarnos a la razón de nuestra fe: Jesucristo. Con él no hay inseguridad y sí puede ofrecernos libertad, paz y reposo. Quizá muchos de quienes fallecieron en tan injustas y cobardes condiciones no tuvieron la oportunidad de conocerle como Señor y Salvador. Si no lo has hecho, éste puede ser el mejor momento, pídele a Cristo que perdone tus pecados y que sea el Señor de tu vida. Si ya eres creyente, te invito a que eleves una plegaria por aquellos que sufren la pérdida de un ser amado, quizá un hijo, quizá un padre o una madre; tal vez un amigo o un vecino. Ora por quienes han hecho daño inmerecidamente a los inocentes, para que Dios obre con justicia en sus vidas. Pide a nuestro Señor sanidad para nuestros países, sabiduría y rectitud para nuestros gobernantes y, pídele a Dios la guía para poder ser un instrumento útil a su servicio para poder presentar su bendita palabra a quien necesita consuelo, compañerismo y amor.

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