La Extraña Enfermedad de Lalo
Por Héctor Marín
Por Héctor Marín
Antes de ir al punto medular de esta historia, quiero platicarles de Lalo. Se trata de un joven con buena preparación académica, dueño de un conocimiento exacto sobre todo lo relacionado a la administración y cuestiones contables que lo convierten en un prospecto ideal para cualquier empleador.
Lalo apenas y tiene un año de casado, su esposa está terminando su carrera universitaria y espera también ejercer muy pronto en el área económico administrativa. Como matrimonio, tienen un venturoso porvenir por delante (al menos eso se piensa desde la superficie), todavía no tienen niños, ya que quieren planear bien todo y conseguir antes algunas metas, sobre todo económicas y laborales.
Pero es éste punto el que precisamente afecta a Lalo. Está desempleado.
LA DURA REALIDAD DEL DESEMPLEO
"Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás" (Gén. 3:19).
Hay quienes dicen que este versículo es la maldición de Dios al hombre por su desobediencia, por lo cual el hombre queda condenado a trabajar. Sin embargo, si uno lee los versículos anteriores, notará que el hombre fue precisamente diseñado por Dios para trabajar la Tierra que había formado.
Trabajar no es un castigo, realmente es una satisfacción ser útil para los demás y a través del esfuerzo realizado, poder recibir una remuneración a cambio.
Pero no siempre es posible lograr obtener un empleo. Las cifras en la mayoría de los países, indican alzas de desempleo enormes. No es por falta de capacidad de las personas, sino porque las fuentes de trabajo son escasas y en ocasiones los criterios de selección de personal no son los adecuados.
A veces se cubren los requisitos para obtener un puesto, pero rebasamos la edad máxima solicitada. En otras ocasiones tenemos todo, pero hacen falta papeles que demuestren nuestra preparación académica. Incluso, he llegado a ver en algunos diarios que no se necesita tener experiencia laboral ni nada, sino tan sólo ser joven y de buen parecer, esto, sobre todo en cuanto a empleos donde se solicita personal femenino.
Pues bien, Lalo tenía todo: experiencia, capacidad, disponibilidad de horario y un magnífico perfil académico.
Había trabajado ya en bancos, despachos de contabilidad, tiendas departamentales y sabía manejar todos los recovecos fiscales habidos y por haber. Era raro entonces que no tuviera trabajo, de hecho, apenas la semana pasada estaba en un lugar, pero de pronto ya no.
MIGRAÑAS
El penúltimo empleo que Lalo había tenido, le parecía muy desgastante. Era cajero en un banco, él sabía que podía aspirar a más, pero era lo que había podido conseguir. El sueldo no era malo, de hecho ganaba al menos cuatro salarios mínimos, lo que le permitía vivir modestamente, pero sin carencias, esto aunado a que su esposa vendía algunos productos faciales en casa, lo que era una aportación nada despreciable para la economía doméstica.
Las presiones de los clientes, de los jefes; el tener que seguir una estricta política interna, lo tenían fastidiado en el banco a pesar de que apenas tenía tres meses trabajando ahí.
Un día, sin más ni más, no se presentó al trabajo. A su esposa le llamó la atención verlo salir temprano y regresar a la hora de siempre, sobre todo porque había recibido la llamada del gerente del banco preguntando por su esposo. Ella no sabía qué decir. Lalo no le había hecho ningún comentario y eso la tenía preocupada, quizás le hubiera pasado algo, el celular no respondía y llamó a algunos hospitales para saber si su esposo estaba en alguno de ellos.
Al llegar Lalo, vinieron las preguntas y demás. Lalo confesó no haber ido a trabajar y externó su deseo de presentar su renuncia, a lo que su esposa contestó con algunos reproches y recriminaciones. Era la tercera vez en el año que renunciaba a un empleo, pero Lalo sabía convencer a su mujer de que ningún lugar era lo suficientemente bueno para él, además, en ningún sitio valoraban realmente lo que él sabía hacer, pero ya tenía entre ojos otro lugar donde podría demostrar de qué estaba hecho.
El lugar era una pequeña editorial, donde él estaría a cargo de la administración. Su sueldo no sería como el del banco, pero a cambio tendría dos días de descanso. Las prestaciones no eran lo que él esperaba, pero aceptó el trabajo.
Los primeros días no fueron lo que esperaba. El pensaba que de inmediato se le iba a dar un escritorio y quizá hasta una secretaria, pero no. Le habían pedido que hiciera el inventario de las existencias físicas de libros, lo que lo molestaba, máxime porque era una labor asignada originalmente al mensajero de la compañía.
Al contar libro tras libro, se preguntaba si los cuatro años y medio de carrera universitaria habían servido para contar libros. La frustración y la molestia crecían, pero diariamente llegaba a la hora acostumbrada para continuar con su labor.
Terminó su período quincenal y cobró su salario, como es debido, y entonces vino un cambio de actitud. De pronto, a un compañero suyo le hizo saber que ya tenía ganas de ver la cuestión administrativa y que ya le urgía terminar el inventario. Le dijo además que el carácter de su jefe era muy impositivo, que el horario para comer le parecía incómodo y que se sentía muy presionado y tenso.
Al día siguiente, su jefe no fue a la oficina. Lalo le dijo a su compañero, una hora antes de la salida, que se sentía mal, que tenía migraña y que ya se había tomado cuatro aspirinas sin resultado alguno. Dijo sentirse muy mal, por lo que se retiró.
Pero ya no regresó a la oficina posteriormente.
BUSCAR TRABAJO ROGANDO A DIOS NO ENCONTRARLO
Lalo no regresó a la oficina al otro día. Ni al otro. Cierto, Lalo no tenía aún un contrato firmado, pero había hecho un arreglo verbal con su jefe y ahora estaba faltando. La peor sorpresa vino cuando al tratar de localizarlo, se buscó su solicitud de empleo, donde venía su número telefónico y su carta de recomendación ¡¡pastoral!!, y... ya no estaban ni la una ni la otra. Al parecer, alguien había extraído la documentación sin mediar autorización alguna.
¿Qué se podía pensar? No había otra perspectiva lógica. Lalo había hecho todo premeditadamente, ¿pero cuál era la razón?
Analicemos la situación, Lalo era muy exigente en cuanto a lo que él creía merecer. Pero, ¿realmente estaría dando a su trabajo lo que tenía que darle?
Ahora bien, imaginemos a su esposa, una mujer que tiene deseos de superarse y que confía en su marido, pero que realmente no tiene la certeza de lo que vaya a pasar, pues su esposo se la pasa de trabajo en trabajo.
Hermanos, esta es una realidad que aunque parezca exagerada, llega a darse aun entre creyentes.
¿Qué pasó con Lalo? Bueno, fue localizado, y externó no querer regresar a trabajar, ni querer hacer cartas de renuncia, ni nada. El precedente que dejó fue pésimo, pues su jefe dudó, de ahí en adelante, en volver a contratar a un evangélico y pensó que los creyentes buscan trabajo rogando a Dios no encontrarlo.
A veces creemos tener las características para merecer un lugar muy especial, pero esas son opiniones personales, ideas que nosotros nos hacemos de nuestra propia persona, sin darnos cuenta muchas veces de la realidad.
Cuando Dios puso al hombre en el huerto de edén, lo colocó en el más alto puesto de administración que hubiera en la Tierra. Pero lejos de pensar que Adán hubiera tenido un lujoso escritorio de caoba y una guapa secretaria, sus labores eran de mucha responsabilidad: Debía labrar y guardar el huerto y señorear sobre los animales de la creación de Dios. ¡Vaya labor!, seguramente era mucho trabajo, jornadas duras, y aun así, no me imagino a Adán molesto refunfuñando por un mayor control en la administración.
Dios es bueno y no nos abandona. A veces, los momentos de desempleo son duros, pero Dios provee y no desampara a sus hijos. Muchas veces la presión social, familiar y económica nos llevan a tener malos pensamientos de desánimo que llevan a una falta de fe o incluso a tomar malas decisiones en lo laboral.
Algo de lo que debemos hacernos conscientes, es que si hemos decidido trabajar en un lugar, deberemos ajustarnos a lo que nos proponen. Si de antemano no nos gusta lo que nos ofrecen, mejor será no tomar ese empleo y seguir buscando por otra parte, al mismo tiempo que pedir en oración a Dios por encontrar algo justo, pero jamás hacer lo que el Lalo de nuestra historia hizo, pues no sólo está en juego una cantidad de dinero, sino también un testimonio que debemos cuidar. Los trabajos tienen de todo: momentos de satisfacción y momentos también de tensión. No siempre lograremos todas nuestras tareas asignadas y quizá nuestros jefes no siempre nos aplaudan por nuestra labor, aun así, nuestro empeño debe seguir siendo el mismo y si es posible mejorar, eso será un punto bueno para nosotros.
Pero, si de antemano queremos llegar y exigir algo, difícilmente podremos progresar, dicen por ahí que Roma no se construyó en un día, lo mismo es con un trabajo, hay que ganarse un lugar, por supuesto que hay que estar conscientes de que, por otra parte, hay jefes que no siempre o en el peor de los casos, nunca, reconocen la labor de sus subalternos, si ese es el caso, quizá lo mejor sea hablar con el jefe y de no encontrar respuesta, entonces sí quizá buscar otra cosa, pero jamás dejar el trabajo "tirado".
Si tu caso es como el de Lalo, evalúate y piensa si realmente estás haciendo las cosas bien. Piensa en tu testimonio y haz tu ego a un lado, y sobre todo, demuestra responsabilidad, madurez y respeto hacia ti y hacia los demás.
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