martes, 26 de agosto de 2014

Brevísimo Diccionario Marín de la Docena (L) (Publicado originalmente el 28 de junio de 2009).

Brevísimo Diccionario Marín de la Docena
Por Héctor Marín Segura
L

laicismo. Una de las grandes garantías que se tienen en países como México, es la de vivir en un Estado aconfesional. Esto quiere decir que no obstante la libertad de cultos garantizada en la Constitución, uno puede estar seguro que no existe medio alguno especialmente por parte del Estado y las instituciones que de él emanan, de que nos quieran imponer una forma de pensar o de creer ajena a lo que se nos ha inculcado en nuestros hogares. En este sentido, en especial en materia educativa, aunque pareciera contradictorio, es una verdadera bendición el hecho de que la educación en México sea laica, pues hay que tomar en cuenta que México es -pese a todo- una nación donde la mayoría de los pobladores practican el catolicismo romano. Para quienes no lo somos, el hecho de que hubiera intervención de la iglesia católica en materia educativa, sería un atentado a la libertad de creencias y a las propias creencias de alumnos que no comparten tal credo. Existen sin embargo, escuelas confesionales que son administradas por la iniciativa privada, donde a los niños se les imparten materias sobre doctrina de diferentes grupos religiosos, hay escuelas enfocadas hacia el judaísmo, hacia el cristianismo evangélico, hacia el catolicismo, etcétera, pero en lo personal creo que la educación laica le abre a un alumno la perspectiva de un mundo con diferentes matices, diferentes formas de pensar y un sentimiento de respeto hacia los que son diferentes de nosotros.
lambisconería. Quién no ha conocido a un lambiscón. El lambiscón es aquel personaje que en la escuela o en la oficina está dispuesto a aplaudir siempre los chistes malos del jefe o el patrón. El lambiscón hace a un lado el amor propio para -sin vacilar- servir como tapete al poderoso en un afán aspiracional con el que a través de dichas acciones, pueda ir escalando posiciones. El lambiscón ve al jefe en turno o a la persona que está "más arriba" como un visionario, aplaude sus ideas y sacrifica tiempo, dinero -a veces- y esfuerzo para "quedar bien" con el poderoso. El lambiscón no sabe de lealtades para con los de su misma condición, sus aspiraciones adquieren un tinte malsano que lo llevan a denostar y hasta perjudicar a sus propios compañeros para demostrar su supuesta eficiencia, que realmente no es tal. El lambiscón casi siempre está solo, no es una persona digna de confianza, pero a él no le importa, con tener el favor del patrón se da por bien servido y espera pacientemente el día en que sean reconocidos sus servicios que incluyen en muchas de las ocasiones quedarse tiempo de más en la oficina, continuar trabajando a la hora de la comida, realizar tareas ajenas para las que fue contratado para mostrarse como alguien servicial, y sobre todo gesticular aprobatoriamente todos y cada uno de los dichos, frases dictados, chistes y cualquier cosa proferida por "los de arriba". El lambiscón está convencido de que tarde o temprano logrará su objetivo no importa cuan abyecto tenga que ser su comportamiento. El lambiscón necesita la aprobación de sus superiores en todos los sentidos y se prepara a conciencia para tratar de ser cada vez más semejante a ellos: Investiga qué marca de ropa utilizan, lociones, lugares que frecuentan para comer, si sus patrones asisten a algún deportivo o gimnasio, él no duda en inscribirse también a uno para tener en medida de lo posible, cada vez más cosas en común con sus jefes, aunque la realidad de su salario no le permite sostener por mucho tiempo ese tren de vida, por lo que vive endrogándose con sus tarjetas de crédito y préstamos solicitados a sus conocidos a quienes les promete un pronto pago. Conocí hace ya varios años a un individuo que era la personificación del lambiscón quien me dio un curso de capacitación en cierta empresa de televisión de paga, que nos dijo que en la compañía sí se podía lograr escalar posiciones, y para ilustrarlo nos platicó la miserable "fábula del águila y la serpiente", ambas tenían que llegar a un punto en específico. El águila soportó fuertes ventiscas, se esforzó sorteando cualquier tipo de obstáculos hasta lograr su objetivo. La serpiente buscó caminos por donde fuera fácil pasar y no realizó mayor esfuerzo que arrastrarse, aquel sujeto nos dijo con una gran sonrisa: "Yo elegí el camino de la serpiente, ustedes decidirán qué camino elegir". El final más común de los lambiscones, es cuando después de haber adulado y tratado de "quedar bien" en las formas más impensadas y humillantes, es cuando recibe una patada en el trasero ante su falta de capacidad para trabajar, en ese momento, todas sus supuestas atenciones y esfuerzos por obtener el favor de los poderosos, se vienen abajo desnudando la realidad de una persona con una ética cuestionable y repudiada por aquellos a quienes afectó con sus intrigas.
legado. Muchas veces trabajamos, convivimos con quienes nos rodean, desarrollamos distintas actividades como si fuéramos zombis, y rara vez nos detenemos a pensar en las repercusiones que tendrá en un futuro lo que estamos haciendo ahora. ¿Qué recuerdo habrá de nosotros cuando ya no estemos aquí? ¿Cómo nos recordarán? ¿Seremos el viejo gruñón que neceaba toda la vida? ¿Seremos el individuo perennemente ebrio que complicaba la vida familiar? ¿Tendrán nuestros hijos en la memoria al hombre o mujer al que nunca pudieron comprender? ¿El hombre que tiraba la basura a media calle? Un legado va más allá de heredar a alguien un inmueble, una colección de discos, libros, ropa o una serie de cuentas por pagar. Si algo tenemos que legar es el cimiento en las nuevas generaciones de una educación que les permita en medida de lo posible, acceder a un mayor número de conocimientos que puedan aplicar adecuadamente en su desarrollo personal y laboral. Debemos legar también una formación ética y espiritual que haga de las nuevas generaciones personas temerosas de Dios con una conciencia que abarque las distintas esferas de la vida con un enfoque hacia valores como la bondad, la amistad, el perdón y otros, que redundará en un mundo con una mejor calidad de vida.
legalismo. Ciertamente los cristianos queremos vivir una vida de santidad, una vida que nos identifique a los ojos de todos como hijos de Dios. El legalismo, sin embargo, es la sublimación de este ideal esclavizando a las personas a vivir una vida de prohibiciones y símbolos externos que lejos de acercarnos a Dios, nos envuelven en sistemas autoritarios de interpretaciones humanas en los que todo es malo y pecaminoso: Beber es malo, saludar a alguien de distinto sexo es malo, comer es malo, ver la tele es un hábito malsano, ir al cine es un asunto perverso, leer el periódico estimula nuestro morbo, oír en la radio música no sacra es diabólico, utilizar la Internet es lo mismo que beber de las aguas de Satanás, y así por el estilo. Si bien los cristianos no estamos para complacer a los demás para que no se sientan incómodos ante nuestras costumbres, tampoco tenemos que destacar por nuestra cerrazón y necedad, debemos aprender a respetar formas ajenas de pensar y presentar defensa de nuestra fe cuando sea el caso, el legalismo no nos va a llevar a nada y lo único que lograremos es crear conciencias encadenadas que al momento de desatarse, podrían querer probar todo aquello que les fue prohibido, no llevemos las cosas a los extremos y permitamos que Dios sea el guía y no las interpretaciones de seres humanos tan falibles como nosotros.
lenguas. Un asunto que siempre ha causado escozor al interior de la Iglesia es el de la glosolalia, es decir, el hablar en lenguas. Si bien es un don del Espíritu Santo, no es el único, lo que choca con cierta corriente del cristianismo que asume que todos los creyentes deben tener dicho don, lo que refleja una mala lectura de las Escrituras. En un plano menos espiritual, las lenguas como el inglés, el francés o cualquiera otra distinta de la nuestra, se convierten, cuando las aprendemos, sea el nivel de conocimiento que tengamos de ellas, en un puente para acercarnos a la universalidad del mundo en que vivimos. El conocimiento -por mínimo que sea- de una lengua extranjera, nos permite poder interactuar con personas con una cultura y una educación muy distinta de la nuestra y acrecienta nuestra noción sobre el mundo que nos rodea.
libertad. La libertad es uno de los valores más deseados. Sólo hay que cuidar que el pleno uso de nuestra libertad tiene como límite la libertad de los otros.
librerías. De chico, ocasionalmente mi padre nos llevaba a mi hermano y a mí a lugares como Casa del Libro o las casi desaparecidas Librerías de Cristal, que eran librerías enormes con cientos o miles de títulos no sólo en español sino en inglés y francés. En aquellos años del siglo pasado, no había -que yo recuerde- como lo hay ahora, espacios acondicionados para que los niños pudieran hojear a gusto los libros y verlos con toda comodidad, aunque recuerdo haber visto en esas tiendas unos libros editados por Novaro llamados "Lee, Palpa y Huele". Ya más grande, como estudiante de secundaria, solía ir a comprar los libros que me encargaban en la escuela a la inevitable librería Porrúa, donde en la compra de los libros le regalaban a uno un forro de plástico para el mismo. La Porrúa en ese sentido es una librería bastante fea. Tienen unos aparadores con algunos textos, los aparadores por regla general están llenos del polvo sempiterno de esa zona del centro de la Ciudad de México, y al entrar hay un casi interminable mostrador. Del otro lado, vendedores voraces (me imagino que son comisionistas) se abalanzan casi rabiosamente sobre el prospecto de cliente preguntándole qué libro busca y todos los datos para su búsqueda. Ansiosamente, si logran la venta, se encargan de elaborar la nota para que la vaya uno a pagar a la caja. Con el paso del tiempo conocí la librería Gandhi, quizá una de las más afamadas de nuestro país, donde uno puede buscar los libros por sí mismos, tomarlos de los anaqueles, inspeccionarlos, tocarlos, y a veces, si uno se da varias vueltas por el lugar durante algunos días, hasta leerlos. Gandhi es además una librería con ambiente agradable, que fue pionera en combinar un espacio de cultura con un servicio de cafetería donde además se exhibían cuadros y/o esculturas que se podían comprar, así como música en vivo. La Librería del Sótano está tan bien surtida como Gandhi, y en ambas hay además, interesantes mesas de ofertas, aunque Gandhi ya tiene un espacio especial para esto en lo que fue su primer local en Miguel Ángel de Quevedo. Si bien Gandhi es una excelente opción, también lo son las librerías de ocasión que se encuentran en la calle de Donceles, las cuales frecuenté mucho especialmente en mi época de universitario. En ellas se pueden encontrar libros viejos, usados y/o descontinuados a precios razonables. También hay mesas de ofertas con propuestas que van de interesantes a literatura chatarra. El servicio no es excelente pero vale la pena recorrer los pasillos de estos lugares. El tiempo me trajo en alguna ocasión la oportunidad de trabajar en librerías. La primera vez fue en una librería universitaria, donde predominaban las publicaciones de la Universidad Nacional. La segunda fue en una librería cristiana donde pude constatar que la industria del libro cristiano en México es muy pobre y casi inexistente. La mayoría de las publicaciones vienen del extranjero: Vida-Zondervan, Caribe-Betania, Mundo Hispano-Casa Bautista de Publicaciones, la casi indispensable Clie, Portavoz, Libros Desafío, Centros de Literatura Cristiana, y otras que escapan a mi memoria. Apenas hay una tímida presencia de editoriales como El Camino a la Vida y El Faro. Mi opinión sobre las librerías cristianas es que están supeditadas no a las necesidades específicas del lector mexicano sino a los criterios muy personales de estas editoriales extranjeras que ven a los latinos como una masa inconsistente de la que no toman en cuenta su verdadera idiosincrasia, por lo que pareciera que no comprenden las necesidades específicas del lector de cada nación. Claro, de esto no tienen la culpa los libreros, pero es una observación pertinente sobre lo que finalmente venden en sus negocios. Al respecto es censurable que, siendo cristianos, la mayoría de los libreros se resisten a obedecer las disposiciones de las autoridades respecto a la venta de sus materiales tal y como lo ordena la Ley Federal de Protección al Consumidor. Librerías como Maranatha, La Puerta de la Fe, y La Perla, no exhiben el precio de cada libro por lo que el cliente tiene que estar preguntando en la caja o a los empleados por el precio de cada producto en lugar de que éste esté marcado debidamente tal y como ordena la citada ley. Entrar a una librería cristiana es también "soplarse" un rato de música según el gusto de los empleados del establecimiento. Si hay algo que reconocer de la librería Maranatha es la visión de negocio que han tenido sus propietarios, ya que la tienda cuenta además -en su matriz- con cafetería y un salón para presentaciones musicales, conferencias, cursos y demás. La Librería La Puerta de la Fe tiene pocos empleados, ha desaparecido una sucursal, señal de que el negocio no va precisamente viento en popa y la variedad en los productos deja mucho que desear, lo mismo que los precios. Librería Visión, un negocio de cuño reciente, cuenta también con cafetería, estantes bien nutridos, un área para niños y la novedad de que se podrán conseguir libros descontinuados o usados a buen precio. La Perla, es una librería que parece haber quedado detenida en alguna década del siglo pasado: Pésimo surtido, anaqueles poco interesantes, escasas ofertas, la misma manía de no exhibir los precios, y empleados que se ven cansados por el trajín de los años ya pasados; casos similares a los de las librerías La Roca de Salvación, Sociedad Bíblica, El Faro, Philadelphia y otras donde se repiten casi los mismos vicios que hemos ya detallado en los anteriores casos. Mención especial merece Librería Casa de Esperanza, ubicada en el corazón de Coyoacán, donde la propietaria de la misma aprovechó parte de su casa para crear este negocio donde especialmente se puede encontrar un aceptable surtido en textos de teología y Biblias. Son también muy populares las librerías de Sanborns, donde si bien no se trata de un lugar para hallar tesoros literarios, es uno de esos sitios donde con seguridad puede conseguirse el libro de moda, así como periódicos y revistas. Una buena opción al sur de la ciudad para conseguir libros a buen precio, es la Librería Jimena, ubicada en la Calzada de Tlalpan, muy cerca de la colonia Portales, donde se pueden conseguir ejemplares desde tres pesos, la cosa es buscar y regularmente siempre se encuentra aunque sea un librito interesante.
libros. En la época de mi padre, la televisión no había entrado aún a las casas, las diversiones de los niños eran jugar, practicar quizás algún deporte, ir al cine cuando se podía, o al teatro y escuchar la radio. Quienes son ahora cuarentones recordarán que fuimos una generación que vivió el cambio de la televisión del blanco y negro al color, de los bulbos a los transistores. Ya comenté en el apartado sobre otra letra, que fui constante consumidor de historietas -pasquines, les llamaba mi papá- y en general cualquier texto en el que predominaran las imágenes. El sólo ver volúmenes llenos de letras y sin imágenes, me cansaba y junto con la severa crítica que mi padre hacía sobre lo que me gustaba leer, me llevaron a no tener ningún tipo de interés en la lectura. Crecí, sin embargo en un ambiente donde los libros no eran objetos extraños. Mi madre aunque nunca fue una voraz lectora, compraba también libros diversos en especial sobre temas médicos y esotéricos. Los libros de mi niñez que más recuerdo eran unos con los que tiempo después mi mamá nos hizo unos cuadros para decorar la recámara que compartíamos mi hermano y yo. Rumpeltilskin era el nombre de uno de esos libros. Recuerdo también entre la bruma de la memoria un libro sobre aviones y globos y otro sobre automóviles. Recuerdo también "La Biblia Contada a los Niños", de Anne de Vries, versión española de José Zahonero Vivó y con dibujos de Hermine F. Schäfer, la cual desapareció misteriosamente de mi vista y de mi vida y que pude comprar tiempo después en una librería de ocasión. "365 Temas que Debemos Conocer", es otro libro que utilicé siempre con mucho gusto durante mi educación primaria hasta que también desapareció en la misma forma misteriosa que casi todo lo que fueron los libros de mi infancia, de los cuales conservo "Cuando los Héroes eran Dioses" y "Oriente y Occidente". A diferencia de los chicos de generaciones anteriores, que crecieron bajo la influencia de Salgari, Verne y Dumas, entre muchos otros, mi generación creció bajo el dictado del Canal 5 y las historietas diversas de la época. Fue en la secundaria que el encuentro con la lectura tuvo lugar con "El Maravilloso Viaje de Nils Holgerson", y "Marianela", de Pérez Galdós, los cuales realmente no leí, sino que recurrí a la reseña de "Los mil Libros", de Nueda, de la cual hice el resumen para salir del paso. Vino después "El Señor Presidente", de Miguel Ángel Asturias, libro que no comprendí ni me gustó ni nada y del cual sólo supe que era comunista porque mi padre me lo dijo. En el bachillerato otra vez me topé con Pérez Galdós, esta vez se trataba de "Doña Perfecta", libro que me pareció denso, pero cuyas ideas generales comprendí y compartí. Fue el turno de los "Cuentos de Horacio Quiroga", que parecían interesantes aunque un tanto rebuscados y con escenarios poco familiares. Después, Franz Kafka y "La Metamorfosis", donde la loca existencia de un ser como Gregorio Samsa me pareció un tanto divertida y estimulante. En esa época no sólo tuve acceso a ese tipo de textos sino también tuve que leer "De Espartaco al Che y de Nerón a Nixon", "El Papel del Trabajo en la Transformación del Mono en Hombre", el "Manifiesto del Partido Comunista", "Las Cinco Tesis Filosóficas de Mao Zedong", "Ética Marxista", "El Imperialismo, Fase Superior del Capitalismo", y así por el estilo. Sin embargo, todo era lo que he dado en llamar como "lectura por encargo", es decir, leer cosas porque las encargan leer en la escuela. De hecho, es muy común que cuando un joven ve leer a otro, le pregunte si le "dejaron" (o encargaron) leer el libro que sostiene en las manos y menuda sorpresa se llevan cuando no es así. En fin, pese a que en mi casa había libros, lo mismo que en la casa de mi abuela paterna, no se me apetecía leer nada, quizá era una inconsciente rebeldía ante la crítica paterna, hasta que un sábado, estando en casa de mi finada abuela, me dio por echarle un vistazo a uno de los libreros y a mis 17 o 18 años, un título llamó mi atención: "El Poema de Mío Cid". La historia de Ruy Díaz, don Elvira e Doña Sol, Ansuor Goncalvez, Goncalvo Ansuores y Minaya Álvar Fañez, me trajo momentos de emoción, admiración, pero sobre todo las ganas de volver a leer algo. Casi a la par salió a la venta una colección de libros titulada Biblioteca del Terror, de la cual leí "Psicosis", "El Bebé de Rosemary", "King Kong", "Cuentos Pavorosos", de Guy de Maupassant, entre otros. Destaco de esta colección "El Color que Surgió de Cielo", de un autor que vino a convertirse por aquellos años en uno de mis grandes favoritos: H.P. Lovecraft y sus "mitos de Cthulhu". Auténtico maestro de una perspectiva modernista del terror, con Lovecraft conocí a otros autores, seguidores suyos la mayoría, como August Derleth, Robert Bloch, Clark Ashton Smith, Brian Lumley y Stephen King, entre otros. A esas lecturas y nuevamente en la tesitura de la lectura por encargo, conocía a autores como Ángeles Mastretta, Renato Leduc y Carlos Monsiváis, por mencionar algunos. En general fueron autores que me gustaron como es el caso también de Jorge Ibargüengoitia y su "Ley de Herodes" y José Joaquín Blanco con "Función de Medianoche". Ya de salida de la universidad, conocí a otro autor interesante que ya he mencionado en otras ocasiones, sus libros son catalogados como de autoayuda, pero puede considerarse, junto con Billy Graham, como uno de los autores cristianos más influyentes del siglo pasado: Norman Vincent Peale, de quien leí, para empezar, "Los Sorprendentes Resultados del Pensamiento Tenaz". Así, por esos tiempos, comencé a leer mucho más y a formar lo que ahora es mi pequeña biblioteca, la cual se conforma por libros sobre diferentes temas como historia de México, libros sobre política mundial, textos sobre música, filosofía, cine, arte en general, religión, biografías y otros tópicos bajo la consigna de no menospreciar un género por otro ni minimizar autores sólo por no ser de los "consagrados". De García Márquez, puedo decir por ejemplo que no he leído toda su obra, pero por ejemplo "El Otoño del Patriarca" no me gustó. He leído, por supuesto la Biblia completa en apenas cinco ocasiones, y siempre encuentro cosas nuevas al releerla. He leído obras como "Los Protocolos de los Sabios de Sión" y "Mi Lucha", en aras de formarme una idea lo más cabal sobre el nacionalsocialismo, así como también he leído el "Pirké Avot", "El Libro de los Preceptos", de Maimónides, varios libros sobre cine, del extraordinario investigador Emilio García Riera, "Apocalípticos e Integrados", de Umberto Eco; y más de autores como Octavio Paz, Salvador Borrego, Tomás Mojarro, Guadalupe Loaeza, San Agustín, Francis Schaeffer, Karol Wojtyla, Joseph Ratzinger, Samuel Vila, Andrés Manuel López Obrador, Carlos Salinas de Gortari, Isaac Asimov, Gastón García Cantú, Samuel Huntington, Alfredo Gudinni, Karl Marx, Oscar Wilde, Friedrich Engels, Adam Smith, Isaac Bashevis, Anaïs Nin, Carlos Fuentes, Giovani Papinni, y muchos otros, que enlisto no para presumir una inexistente erudición, sino más bien el esfuerzo por tratar de conocer diferentes puntos de vista sobre el mundo en que vivo. No he leído tanto como quisiera y mi récord de ocho libros leídos en un año sé que es pobre pese a que México es un país de escasos lectores. Sí, hay libros malos, libros que quizá no debieron haberse publicado nunca, pero entiendo que para todo hay gustos y en mi caso, como periodista, es una necesidad recurrir y conocer diferentes fuentes que nos ayuden a comprender mejor los fenómenos de nuestro mundo. Leer nos acerca a lugares remotos en los que quizá nunca leguemos a estar físicamente, por eso creo que si queremos fomentar la lectura debemos quitarnos nuestros prejuicios y dejar que cada quien empiece su camino de manera sencilla sin criticar y desdeñar los gustos y aficiones de los otros. Yo comencé tarde mi camino por la lectura debido a que no conté con una guía que me invitara a adentrarme en ese maravilloso mundo, y por el contrario, me topé con una puerta de prejuicios que preferí evitar durante años. Fomentemos la lectura con cariño, con interés de que nuestros hijos aprendan algo nuevo y vayan descubriendo la complejidad de nuestro mundo.
líder de opinión. Si hay algo verdaderamente cuestionable en materia de opinión pública es la función y la existencia de los llamados o mal llamados líderes de opinión, que suelen ser una especie de gurús o sabios en materia deportiva, política, económica, académica, etcétera. El líder de opinión regularmente es un individuo con presencia especialmente en los medios electrónicos de comunicación, entendiendo a estos medios como canales a través de los cuales los individuos interactúan en el proceso comunicativo en lo que se ha dado en llamar el feedback o retroalimentación, que propone una dinámica donde el emisor y el perceptor intercambian posiciones. Sin embargo, hay que tener cuidado al distinguir entre un líder de opinión y un manipulador. El líder de opinión puede, en un momento determinado, dejar ver o entrever sus preferencias sin tratar de imponerlas. El manipulador pondrá como ejemplo de lo que debe ser, su muy personalísimo punto de vista como si se tratara de un punto incuestionable sobre el tema a tratar. El manipulador buscará siempre tener la última palabra, y dogmáticamente, fustigará a quien exprese desacuerdo con su punto de vista. El manipulador no permite una palabra contraria a la suya, el líder de opinión, por el contrario, da pie al debate, que enriquecerá la perspectiva de la audiencia, que podrá tener mejores argumentos para hacerse una idea más cabal sobre lo que se está tratando. El manipulador se reconoce porque prácticamente, en automático, descalifica a sus contrarios llenándolos de cualquier cantidad de adjetivos, burlas u otros infantilismos que sólo dejan ver su inmadurez y escaso raciocinio. El líder de opinión lucha por dar su punto de vista aunque éste no sea políticamente correcto o no vaya por los caminos generalmente aceptados. El verdadero líder de opinión muchas veces navega contracorriente, exponiéndose precisamente a que los manipuladores lo llamen necio, loco, soñador, incoherente o de alguna otra forma similar y está dispuesto a utilizar formas a veces rudas o ásperas para externar su opinión, está más preocupado por el fondo que por la forma. El manipulador, por el contrario, jamás expondrá sus verdaderas convicciones, es -por supuesto-, políticamente correcto, disfrazará sus críticas para parecer como alguien moderado, ecuánime, tenue, pero cuando sus intereses se ven afectados, entonces está dispuesto a dejar su traje de manso corderito para irse con todo hacia la yugular de su oponente. El manipulador -en la gran mayoría de los casos- enarbola la bandera del poderoso, al igual que el lambiscón. Evita a toda costa dar a conocer las críticas fundadas o no que afectan los intereses de los poderosos. Los manipuladores suelen convertirse en voceros de los designios y dictados de los poderosos para o cual se les ofrece tiempo en radio, prensa y televisión con el fin de abarcar y condicionar el mayor número de mentes posible. Ante esta situación, podemos entender entonces que los verdaderos líderes de opinión son pocos, suelen ser duros, ásperos, corrosivos en ocasiones, pero rara vez son mentirosos. Así, tocante a este tema, encuentro como líderes de opinión en diferentes esferas -lo cual es un ejercicio subjetivo, pero que puede generar opiniones interesantes- a diferentes personajes de distintas épocas que creo, entran en esta definición: Los finados don Fernando Marcos y Ángel Fernández; Jacobo Zabludovsky, en su etapa radiofónica; Jorge Saldaña, Tomás Mojarro, Eduardo Andrade, Celeste Sáenz de Miera, Esteban Arce, Juan Calderón, Alfredo Gudinni, Pedro Ferriz Santacruz, Horacio Villalobos, Andrés Manuel López Obrador (aunque en este caso se trata de un político); Mario Méndez Acosta, Carlos Albert, Hugo Sánchez (en este caso es un entrenador de futbol); el también fallecido don Gastón García Cantú, el periodista y escritor Luis Spota, y aunque no estaba muy de acuerdo con los personajes que a continuación mencionaré, no puedo dejar de reconocer el poder de convocatoria que llegaron a tener por años José Gutiérrez Vivó, Carmen Aristegui, el polémico José Ramón Fernández y el gurú de los espectáculos en México en la época dorada de Televisa, Raúl Velasco.
liliputienses. Según Jonathan Swift, Liliput es la tierra de los enanos, es decir, los liliputienses. En dado caso, los liliputienses, según este diccionario, son aquellas personas cuyo criterio refleja su poco desarrollada estatura mental. Los liliputienses odian que alguien haga nuevas propuestas, a la menor provocación ven como enemigo a todo aquel que pudiera hacer crecer la oficina o el negocio y mantienen hasta grados extremos la prevalencia de sus ideas por erróneas que éstas sean. Los liliputienses no son dados al cambio, son esclavos, más bien, de la monotonía porque piensan que explorar nuevos caminos y nuevas fórmulas es arriesgado aunque se haya comprobado que alguna nueva forma pudiera ser mejor. El liliputiense no quiere sugerencias sino obediencia ciega, aborrece a los que aportan ideas porque se sienten tan inseguros que temen ser desplazados por ese tipo de personas más dinámicas, así que por regla general, cuando los liliputienses son los que están al mando, no vacilan en hostigar, fastidiar y hartar a quienes en su estrechez mental consideran rivales en potencia. El liliputiense, lamentablemente, es pariente cercano del mexicano enano, el cual es fanfarrón fantasioso, arrogante, prepotente e inseguro.
lucha libre. Deporte-espectáculo, la lucha libre es un mundo aparte donde el bien y el mal se enfrentan continuamente contribuyendo a que los aficionados puedan desfogar sus filias y fobias en la arena. Desde niño, como casi cualquier infante mexicano, la lucha libre llamó poderosamente mi atención. Nunca me llevaron a una arena de pequeño, pues ahí sólo iban "los peladitos", así que me conformé como muchos niños, con ver las películas de Santo el enmascarado de plata por televisión, donde vencía a cualquier enemigo por poderoso que pareciera. En aquellos tiempos, el mundo de la lucha libre autóctona parecía más integrado a la cultura y costumbres del país. Los niños sabíamos de la existencia del Santo, Blue Demon, Tinieblas, Mil Máscaras, Huracán Ramírez, La Tonina Jackson, Dorrell Dixon, el Rayo de Jalisco, así como Fishman, Sangre Chicana y El Cobarde entre muchos otros. Los veíamos en las películas, comprábamos los innumerables álbumes de estampas donde los veíamos ataviados con sus máscaras, sus botas y sus capas, insistíamos a nuestros padres para que nos compraran luchadores de juguete en el mercado o en las jugueterías, era la locura si nos llegábamos a hacer de un ring para nuestros luchadores y nos apoderábamos de sus personalidades cuando conseguíamos comprar una máscara, con la cual nos transformábamos en implacables justicieros, fuertes y poderosos. Todos queríamos ser el Santo, el luchador mexicano más popular de todos los tiempos, no faltó el niño que acabara fracturado pretendiendo emular las llaves de este casi mitológico gladiador. Durante algún tiempo compré revistas de lucha libre donde me sorprendía al ver los rostros ensangrentados de los ídolos luchísticos del momento. Me perdí, por necio (aunque ya se puede ver en YouTube) el momento en el que el Santo se quitó la máscara en cadena nacional en el noticiario 24 Horas, de Jacobo Zabludovsky. Conforme fui creciendo y mis intereses se diversificaron, la lucha libre para mí sólo era el referente de una de las actividades de mayor tradición en el mundo deportivo mexicano. Fue hasta poco antes de entrar a la universidad, que, al estar trabajando en una revista de lucha libre, tuve la oportunidad de ir por primera vez a una arena. Asistí, en plan de trabajo al ahora desaparecido Toreo de Cuatro Caminos, enorme lugar donde cabían miles de personas, donde tuve oportunidad de ver entre otros muchos gladiadores, al Vilano III, heredero de una familia dedicada al pancracio, como también se conoce a esta disciplina. Mi percepción entre la realidad de estar una arena y mis recuerdos infantiles fue verdaderamente contrastante y quedé convencido de que la atracción de las máscaras, las capas, la sincronía de las llaves, piruetas, machincuepas, giros y pantomima de la lucha libre, no se reflejan mínimamente cuando uno ve un espectáculo como este en televisión. Estar en la arena, oír los alaridos de la gente, las porras, los gritos de los luchadores es una experiencia inigualable que apenas pude repetir en contadas ocasiones más, pero es algo que no dudaría en recomendar. Fue ya hasta que me casé, que al haber contratado un servicio de televisión de paga vía microondas, volví a disfrutar del mundo de la lucha libre por televisión. En esta ocasión no se trataba de los luchadores mexicanos cuyos espectáculos habían venido transmitiendo en la televisión abierta y que me habían parecido deplorables, especialmente aquellas donde participaba un tal Supermuñeco en el ya desaparecido Pabellón Azteca. Los luchadores que ahora veíamos mi esposa y yo en la tele, eran extranjeros y pertenecían a una agrupación llamada WWF. Comenzamos a familiarizarnos con los nombres de Shawn Michaels, el Bulldog Británico, Rick Flair, The Undertaker, Kane, Gold Dust, Razor Ramon, Diesel, Savio Vega, Brett y Owen Hart, Yokozuna, El Psicópata, Mankind, Luna, Sunny, Marc Mero y Sable, y muchos otros con quienes nos divertíamos cada semana en la emisión Monday Night Raw, transmitida por la cadena USA con la narración y comentarios de los excelentes conductores Hugo Sabinovich y Carlos Cabrera. Los años van pasando y la WWF ahora se llama WWE, nuevas caras como Vicky Guerrero, Edge, John Cena, Randy Orton, Rey Mysterio, Jeff y Matt Hardy, Carlito, Batista, junto con viejas leyendas como Triple H (antes El Aristócrata Hunter Hearst Helmsley) y las famosas divas de la WWE, son curiosamente la inspiración de empresas luchísticas de tradición como se supone que eran las mexicanas. Tanto la famosa Triple A, como el Consejo Mundial de Lucha Libre, han importado toda la parafernalia de la WWE dándole un toque autóctono francamente desastroso no obstante la presencia de las atractivas edecanes y los combates con escaleras, jaulas, y cuanta cosa se les ocurre a nuestros vecinos estadunidenses. Antes bien, debo aclarar que si se habla de espectacularidad, la lucha libre norteamericana es la mejor ya que no se escatima en recursos que van desde las luces de colores, fuegos artificiales, pantallas gigantes y otros elementos que crean toda una atmósfera que cautiva a los aficionados. Sin embargo, si se habla de estética combinada con el deporte, la lucha mexicana es quizá ya no la mejor del mundo pero sí un espectáculo lleno de colorido de las máscaras de los luchadores. Esto combinado con una extraordinaria precisión en la ejecución de llaves y contrallaves, sincronía en las coreografías en las cuerdas y abajo del ring, maestría y valor en las acrobacias por el aire, hacen de la lucha libre mexicana un espectáculo al que hay que ir, asistir para comprobar que si bien hay mucho de teatro, los golpes son reales lo mismo que las lastimaduras que sufren estos atletas de los encordados. Ir a la arena de lucha libre, es además, la oportunidad de formar una amalgama donde está plasmado el pueblo, va el artista, el estudiante, el obrero y el padre de familia, van los abuelitos, el niño travieso y los novios que quieren pasar un rato juntos, va el gerente de la tienda, el jefe de oficina y el que hace los mandados. Ahí todos son iguales y apoyan rabiosamente a sus favoritos, las clases sociales desaparecen y todos desfogan sus ansias y delegan sus más particulares deseos en los gladiadores sean técnicos o rudos, como si a través de un rito de intercambio de personalidades por un momento lograran sus mayores metas. El poder de convocatoria de la lucha libre es casi inherente al pueblo mexicano y será tal vez por eso que partidos políticos han empleado a luchadores como parte de su equipo de campaña política, eso sin embargo no demerita en ningún sentido a la lucha libre como un elemento indispensable de nuestra cultura popular.
luego. Casi todos lo hemos hecho. Dejar para luego algo que podemos hacer ahora mismo pareciera ser la constante para casi todos los mexicanos. ¿Qué trae consigo dejar las cosas para "luego"?, la inoportunidad de estar tranquilo y sin presiones. Dejar las cosas para "luego", las convierte más tarde en situaciones de extrema urgencia. Si hay algo que los mexicanos debiéramos cambiar, sería dejar el "luego" guardado en otro lado y dedicarnos a lo nuestro en tiempo y forma. Sería, sin duda, mucho mejor.

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