Iglesia Karaoke
Por Héctor Marín Segura
Por Héctor Marín Segura
Llegó el momento del culto, en el que los congregantes podrían manifestar y exponer públicamente sus necesidades para ponerlas en oración. Trabajo, salud, solución de problemas familiares, en fin... La gama era amplia. Tocaba ahora orar, pedirle al Dios altísimo que escuchara esas peticiones y que ayudara a sus hijos. Era el momento de implorar, de pedirle a Jehová, el Todopoderoso, que mostrara su misericordia y su poder ante aquello que los simples humanos no podemos resolver sino por medio del Creador de la vida.
El pastor se acercó al micrófono, la actitud de todos era de prepararse para ese momento de intimidad con Dios, de comunicarse con Él. El pastor dijo entonces: "Hoy no vamos a orar". De pronto, lo que era recogimiento, devoción y esa atmósfera especial que se da cuando quiere uno hacerle saber a Dios comunitariamente que sin Él nada es posible, se convirtió en sorpresa. El pastor agregó de inmediato: "Hoy vamos a cantar".
Se escuchó de pronto el acorde de una pista de un cantante cristiano famoso, y el encargado, apenas repuesto de su asombro, alcanzó a encender el proyector y colocar el acetato correspondiente. Terminó el canto y siguió inmediatamente otro, y luego otro, para contabilizar un total de seis.
En algunos de los silencios de estos cantos, el pastor, con un tono de voz ‘a lo Marcos Witt’, se dirigía al Señor para que intercediera por todos los que habían externado sus necesidades.
Sí, no faltaron las lágrimas de alguna hermana, algún otro sollozo por ahí. El pastor quizá pensó: "Se ha cumplido el cometido".
Se cantó un canto del himnario, y posteriormente se procedió a la predicación de la Palabra de Dios, la cual por cierto, se recortó, pues ya se había excedido el tiempo previsto para el culto.
Terminó la predicación, y el pastor, ya "encarrerado", pensó que daba tiempo para repetir tres de los cantos que ya se habían entonado.
No es malo cantar, y menos si es para Dios. Pero cuando los cantos se dan ya sea para el lucimiento de alguien -que, como el pastor de nuestra historia, estaba más preocupado de la buena y adecuada puesta de acetatos y pistas, sin importar que el tiempo empleado en cantar, hubiera sido motivo de recortar la razón principal de asistir a un culto en la iglesia, que es la predicación de la Palabra de Dios-; o para satisfacer el gusto de una persona por la música, entonces la iglesia se convierte en un lugar de esos donde va uno al karaoke a sacar al artista frustrado que podríamos llevar dentro, y al mismo tiempo a desatar emociones que, a veces no salen sino al ritmo cadencioso o vertiginoso de una composición musical.
EMOTIVIDAD
He estado en cultos donde el momento destinado a la alabanza, dura entre media hora y una hora. No soy afecto a saltar, ni a danzar. No lo censuro tampoco, creo que no soy quién para intentar siquiera corregir o criticar a quienes lo hacen. Creo que el Espíritu Santo tiene completo poder para generar en cada individuo, reacciones diversas. Sé también sin embargo, que la misma Biblia dice que debemos hacer todo "decentemente y con orden" (1 Cor. 14:40), por lo que debemos saber discernir lo que es la acción del Espíritu Santo en una persona, y lo que no pasa de ser una simple emoción.
Me ha tocado ver incluso asistentes a las iglesias, que llegan tempranísimo sólo para estar en el momento de la alabanza en la iglesia, y que, al terminar los cantos y la música, toman sus cosas y se retiran, no sin antes haber saltado, gritado, danzado y hasta corrido, como si se tratara de una especie de terapia para sacudir el estrés semanal. Estas personas no se quedan a escuchar la predicación y piensan que con las canciones cantadas han recibido suficiente dosis de la presencia de Dios en sus vidas.
Ahora bien, pongamos que en efecto, la música para Dios no tiene el mismo efecto en todas las personas. Pongamos que es la alabanza por medio del canto más importante que la predicación. Entonces, ¿es mejor suprimir la predicación para dedicarnos más a cantar y así aprender los propósitos de Dios?
En este sentido, ¿no podemos tomar un punto de vista equilibrado, y pensar que los cantos son un complemento indispensable de la predicación? Porque tampoco querríamos cultos hablados donde sólo se escucha la voz del pastor.
Entonces, ¿dónde quedan las ‘iglesias karaoke’ ante esta situación?
En primer lugar, sin restar la importancia que tiene la parte musical en la adoración a Dios, siempre es preferible que esto esté a cargo de una persona que, preferiblemente sepa tocar algún instrumento, que tenga conocimientos de música y que tenga criterio para escoger cantos adecuados para el culto, equilibrando el número de cantos en los que se va a utilizar el proyector y los acetatos, con los cantos seleccionados del himnario.
Esta persona, a la que se conoce en muchas iglesias como "director de alabanza", debe pensar en todos los detalles, incluyendo la duración de los cantos y el número de estos, ya que hay personas que, por motivos de salud o de edad, no pueden permanecer mucho tiempo de pie para cantar.
Con esta ayuda, el pastor puede, en primer lugar, sentirse libre de delegar esa función a esta persona encargada, y por otra parte poner más atención al tema que será motivo de la predicación.
Algo que debemos agregar es que sí, la música a veces nos sacude y nos arranca emociones, pero lo mismo sucede en los estadios cuando vemos que nuestro equipo favorito anota gol. Aquí la pregunta es, ¿vamos a la iglesia a emocionarnos, a sentir bonito, o a alabar al Excelso Creador del cielo y de la tierra?
Más todavía, puede que haya voces en la iglesia muy hermosas, melodiosas, frescas, claras, dulces, enfáticas. Pero, ¿vamos a oír a un cantante para que se luzca, o vamos a compartir un momento de adoración para el Señor? Porque si queremos oír voces o nos gusta mucho cantar, podemos comprar discos y tener en nuestra propia casa un club de karaoke personal.
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